Miradas de mujer II: Mayte Vieta
- Carolina Núñez
- 3 may 2016
- 2 Min. de lectura
Mi trayectoria siempre ha estado vinculada al arte. Desde niña me inicié en el dibujo y más tarde en la pintura. A través de ella llegué a mis primeras esculturas, que poco a poco se fueron fusionando con la fotografía. Siempre me ha sido difícil defender mi parte fotográfica como un todo, creo que mi sensibilidad no tiene fronteras y me dejo llevar del mismo modo en cualquiera de estos medios. En cuanto me sentí impotente delante de una tela en blanco, sobre un material que me limitaba, empezó mi lucha con el espacio.
En estos momentos estoy en una etapa más reflexiva, que se basa en una eterna mirada al mundo que nos rodea, una búsqueda de luz como detonante de mis trabajos. La luz crea vida, dibuja todo lo que nos rodea, es crea se muere. La luz posibilita el movimiento en el fotografiado.
La propia naturaleza es mi inspiración: Me inspiran también la ciencia en general y la mitología, porque ambas tienden a esa mezcla entre lo real y el ensueño que siempre acaba en tragedia. En el inicio de mi carrera lo que más me influyo fue leer a Kafka, en concreto “La metamorfosis”, ahí encontré un mundo, un tratamiento de la imaginación que me hizo ver que incluso las cosas que no tienen vida pueden adquirirla de forma mágica.

Las fotografías están planteadas como un constante viaje hacia vivencias y experiencias personales. Tienen que ver con la preocupación por un tiempo no lineal y con la multitud de asociaciones que hacen funcionar nuestra memoria.
En estos momentos busco la sencillez en la materia, en mis últimas fotografías no utilizo la luz artificial sino que es la propia luz que dibuja el contorno fotografiado. Realmente capturan ese momento preciso en que la luz está a punto de apagarse, camino de la completa oscuridad.
Corredores de luz, una serie que engloba muchas obras, es el resultado de un recorrido en el espacio de la propia obra, del que surgía al final un cúmulo de sensaciones y vivencias en busca del vacío, de la nada. Lugares intemporales, unidos por la constante del horizonte, la contemplación y el silencio, como en el caso de “la carretera”, lugares que transmiten ausencias evocando el recuerdo y el instante efímero.

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