Miradas de mujer: Sandra Balsells
- Carolina Núñez
- 3 may 2016
- 3 Min. de lectura
¿Existe una visión del fotoreportaje característicamente femenino? Me preguntaba hace poco un compañero de la profesión. El no se atrevía a respaldarlo pero pensaba que algo había de eso. Comentaba que mujeres como Margaret Bourke-White o Lee Miller habían reservado en sus trabajos fotográficos una mirada al detalle de lo cotidiano que se convertiría en un símbolo transcendente. Puede que tuviera razón, pero a mí no me acabo por convencer.
¿Seríamos capaces de distinguir una fotografía realizada por un hombre pero obtenida por una mujer? Posiblemente no, de la misma manera que nos resultaría prácticamente imposible distinguir esa autoría en muchas otras disciplinas artísticas. El análisis es complejo pero, puestos a reflexionar, quizá valga la pena mencionar una realidad incontestable: el mundo de la fotografía ha estado dominado, y continúa estándolo, por hombres. Basta con observar cuantas mujeres han pertenecido a la agencia Magnum, la más prestigiosa del mundo; o cuantas han ganado el World Press Photo, el certamen de periodismo más relevante a nivel internacional. Pocas, muy pocas han logrado formar parte de esta elite fotográfica.
Sin embargo, es preciso mencionar que la historia de la fotografía no podría abordarse al margen de grandes mujeres que han dejado un legado visual imprescindible. Desde las pioneras, como Julia Margaret Cameron, hasta las veteranas como Donna Ferrato o Letizia Battaglia, pasando por nombres míticos como Dorothea Lange o Tina Modotti, la fotografía ha gozado siempre de una discreta –pero poderosa- presencia femenina.
¿ A que se debe esta inferioridad númerica? En el libro Mujeres tras la cámara de National Geographic se apunta alguna pista: “La fotografía periodística es un arte exigente, y lo es más para las mujeres que para sus colegas masculinos, porque además de las incomodidades y peligros que acechan a todos los viajeros, las mujeres tienen que afrontar otros obstáculos que sólo ha ellas le afectan”. Uno de estos obstáculos es, sin duda alguna, “la interminable lucha interior que plantean las exigencias contradictorias de la familia y el trabajo”. En muchas ocasiones, y en muchos ámbitos laborales, la mujer todavía se ve obligada a elegir. “¿Se puede ser corresponsal o esposa?” le preguntaron una vez a la reportera Dickey Chapelle. “Sí, pero no al mismo tiempo”, contestó ella. Para los hombres tampoco es fácil, pero en general a ellos les resulta más sencillo compaginar su vida personal con su trayectoria profesional.
En cuanto a las dificultades propias que entraña la práctica del fotoperiodismo –un trabajo solitario que requiere una gran vocación y una entrega total- es preciso señalar que aquí no hay diferencias de género que valgan. Como decía la reportera Laura Gilpin “sólo hay dos clases de fotógrafos: los buenos y los malos”.
A menudo, la gente me pregunta si el hecho de ser mujer me ha perjudicado en mi carrera. Siempre contesto lo mismo: para mí nunca ha sido un obstáculo; al contrario, en bastantes ocasiones ha sido una ventaja. En ciertos ámbitos, tales como situaciones de crisis o conflictos bélicos, el hombre suele ser visto como una amenaza. La mujer, por el contrario, es percibida como un ser vulnerable, indefenso, al que hay que proteger. Pero también es cierto que existen situaciones prácticamente inaccesibles para las mujeres. Nunca me he sentido más fustada que en Jerusalén cuando, después de haber trabajado con absoluta libertad en los territorios palestinos, me encontré a las puertas de una celebración hasídica a la que se me negó rotundamente el acceso por el simple hecho de ser mujer.
La existencia de ámbitos fotográficos prácticamente infranqueables es una realidad que afecta tanto a mujeres como a hombres. Pero como reconoce el fotógrafo Muchael Nichols “a pesar de que todos hacemos el mismo trabajo, a las mujeres les cuesta mucho más llegar y mantenerse”.
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